Cecilia Reyes Araneda (Proyecto FONDEF, vejez emprendedora UACH)
“Me traslada a emociones, donde mi madre ya no está:
1. Habla la tierra. Lo material del hombre desaparece porque no le pertenece, apoderándose con los variados fuertes movimientos, acompañándose del viento y sorpresivos abrazos y choques del agua, sin visualizar su fin.
2. Te abres tierra, sin saber cuáles serán los surcos, profundidades, que dejarás. Menos si nos permitirás seguir con vida.
3. Un terremoto nos da la lección que somos criaturas que dependemos de nuestra naturaleza. Somos sólo visitas y debemos ser prudentes con nuestro habitar en ella.
4. Lo que construye el hombre no es eterno, lo que habitamos no es nuestro, sólo debemos cuidarlo, respetarlo, acrecentarlo y siempre compartirlo.
5. Ante lo inconmensurable de nuestra naturaleza, nada que hacer con ella. Es inalcanzable a nuestra inteligencia para comprender las sorpresas que nos puede dar, sin permitirnos suavizar o detener su expresión.”
6. “Ante las inesperadas expresiones de un temblor, terremoto, todo se descompagina, y el amor por nuestras vidas nos nace protegerla, y muchas veces, es tan amplio su dominio que no podemos salvarnos, ni proteger a los nuestros ni a otras vidas.”
“Respecto a lo que viví en Chillan junto a mi madre, parece ser un sueño, cuando me doy cuenta de que mamá llevaba en los hombros a mi hermanito, y ella me llevaba tomada casi del brazo, levantándome, y veía que se hincaba e imploraba a dios. Todo esto parecía un sueño o una pesadilla. Realmente una película. La mano de mi mamá era todo, porque parece que me llevaba abrazada. Y veía a militares que avanzaban hacia nosotros y no podían. Se detenían, los veía como hincados. Y la mamá tratando de pararse, pidiendo auxilio. Y voces que eran como un cantar, como un coro, de pedir ayuda, de gritar, de suplicarle a dios que tuviera protección. Recuerdo eso, y recuerdo el rostro de mi madre con tanta fortaleza, con tanto amor que nos protegía. Llegando a un lugar tan inmenso, tan grande, que solamente hacían pasar a un patio. Y como veía que se ayudaban, se protegían, se consolaban.”
“Grande es el amor de dios para protegernos y, lo que es la vida: cuando yo empecé a estudiar, nuestros profesores, mi madre, me contaba que ahí fueron nuestras protecciones de semanas, después del terremoto, para ir reparándose y volviendo a nuestros lugares, que no eran los nuestros eran otros lugares, para poder habitar en forma normal. Y ese colegio, hoy en día, cuando voy a Chillán, lo miro porque está hoy destruido. Destruido, porque quizás ya pasó su tiempo de servicio de entrega, pero la nostalgia y la gratitud que aparece en mi corazón, es siempre pleno porque creo que ahí fue la mayor protección que tuvimos, todas las personas de esa época. Doy gracias a dios, porque me hace recordar esa cosa y es una película. Gracias.”
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